Empezaban su vida de casados y la pareja estrenó un pequeño piso en uno de los barrios más tranquilos de la ciudad. Mientras disfrutaban de su primera mañana en esa casa, haciéndose una taza de café, la mujer se quedó mirando a la vecina de enfrente que estaba tendiendo la ropa. «¡Qué sábanas más sucias! Desde luego, yo no me atrevería a colgar la colada en esas condiciones», comentó apurando la taza de café. Su marido la miró y quedó callado.
Días después, se repitió la escena. Mientras la vecina tendía sus sábanas de buena mañana, se dirigió a su marido con un tonillo de superioridad: «Ojalá tuviera confianza con nuestra vecina, porque iría a su casa y le daría algún buen consejo para que sus sábanas relucieran más que el sol. Parece mentira, pero esa pobre mujer lava cada día peor».
La escena se repitió durante casi un mes, hasta que una mañana, la mujer se sorprendió de ver a su vecina extendiendo unas sábanas limpísimas. «Por fin aprendió», comentó a su marido, quien, con toda la calma, le respondió: «No, tan sólo sucede que hoy he decidido limpiar los cristales de la ventana».
Así es, debemos aprender a reconocer nuestros propios defectos y limitaciones antes de criticar a los demás.
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